Uno nace, crece, se niega a usar faldas a los ocho años, y a los dieciséis anda por la calle con las piernas al aire y en tacones. Uno crece más, vuelve a usar pantalones y se dice a sí mismo que no va a ser como todas las mujeres. A veces uno cree que por vivir todos los años de la ropa de las hermanas y las tías, uno es poco consumista. Uno se ríe de los baños ajenos, pues están llenos de champú y cremas para peinar. Entonces uno erra por arrogante: a mi no me va a pasar eso. Diez años después uno observa incrédulo, sentado en la taza del baño, el kit para el fin del mundo que ha ido armando en la ducha, de manera automática, lenta y sutil.
Pero por dios, CINCO TRATAMIENTOS PARA EL PELO?! Claro, es mejor tener de reserva y no estar en la ducha maldiciendo cuando no se tiene la dichosa crema. Dos champús, el que tiene la keratina para cuidar el pelo, y el anticaspa con olor a almendras, que es mejor echarse de vez en cuando por si las moscas. El cepillo, es para cuando uno se echa rinse y peinarse más fácil. La máquina de afeitar, el vibrador y el cepillo de dientes son de la misma especie. Cosas que se pueden hacer fuera de la ducha, pero siempre es más rico bajo el chorro de agua caliente.
Probablemente este sea un buen kit de mis 29 años para el fin del mundo, tal vez le faltan dos latas de atún, un par de arveja y zanahoria, isodine, jack daniels, y bonfiest.