viernes, 13 de diciembre de 2013

Serie cuentos de hadas: Rapunzel

Reino tras reino, siglo tras siglo las princesas han sido sinónimo de virtud, talento, sumisión y belleza. Reino tras reino, las princesas visten decorados vestidos, asisten impecables y serenas a grandes fiestas en su honor y son vistas con en el mayor decoro. Estas mujeres, nobles y bellas también son trofeos de guerra, su virginidad y pureza es vendida a reyes y nobles para unir reinos y terminar guerras. Las princesas son vistas como el mayor símbolo de feminidad y pulcritud, pero ¿alguna vez te has preguntado sobre sus deseos?, ¿sobre sus pasiones más íntimas y sus aberraciones más inconfesables? ¿Alguna vez te has preguntado con que sueñan en esas noches húmedas y de calor? ¿ tal vez si piensan en ti cuando sus manos tocan su sexo? Las princesas son mujeres, y las mujeres también tienen orgasmos.

No me insulta que me digan princesa porque lo fui media vida. Fui vendida, negociada, licitada,  mercadeada, y fui obligada a amar noblemente a un príncipe, y serle fiel y seguirle sumisamente, hasta que amé apasionadamente a una princesa y entendí que el amor y en general la vida, juegan a joderte por donde menos lo esperas.

Vivir en la torre más alta del reino está lejos de ser un privilegio: subir quinientos escalones diariamente con platos de comida, sabanas nuevas y de vez en vez algún capricho excéntrico de mi presidiaria. No era la vida que soñaba, pero subir hasta la punta de la torre diariamente tenía su recompensa.

Te conté que fui una princesa, pero cuando dejé de serlo, en su lugar rapté, a una,  la rapté por que la amaba y ella, en secreto y aunque nunca lo dijo, me  amaba también. La diferencia entre el amor y la pasión pende de un hilo y cuando crees que haces algo valeroso por amor siempre haz de preguntarte si tu motivación, en cambio, surge de un instinto visceral, casi animal, de poseer al instante aquello que deseas.

Rapunzel, de hermoso y sorprendentemente largo cabello rubio, nació en cuna de oro, estaba condenada a ser la mujer de alguien más, el trofeo de algún rey sanguinario que la haría caminar detrás suyo y la obligaría a engendrar un primogénito para que su reinado siguiera vigente. Yo la salvé de esa vida de privación, mansedumbre y sacrificio, y le mostré, en nuestro encierro, los límites del deseo la pasión y la lujuria. Juntas coincidimos en el lento pestañeo de nuestras miradas deseosas de poseer a través de los demás sentidos el objeto visto. Nos encontramos  en el soplo caluroso de mi aliento en su oreja y en el posterior gemido cuando implicaba el deslizar de mis labios hasta su pezón hinchado. Y nos perdimos en el suave roce de la yema de mis dedos deslizándose del vientre hasta el muslo y devolviéndome a su sexo.

Fui su carcelera, su maestra y su amante y a mí me debe la libertad que tiene ahora. Pero las princesas, una vez dejan de serlo, se convierten en seres irreconocibles, impredecibles y sobre todo libres. Esa noche tras subir esos eternos escalones y prepararme para un nuevo encuentro, Rapunzel ya no estaba. En su cama, el lugar donde me esperaba cada noche, solo se encontraba su larga cabellera rubia que aún conservo para esas noches de calor y soledad, cuando con su melena envuelvo mi cuerpo como un capullo y grito desesperadamente hasta alcanzar el éxtasis

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