miércoles, 26 de febrero de 2014

MI AMANTE Y YO.


“Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro”.

“Lo dejo suelto y se va al prado y acaricia tibiamente, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: ¿Platero?, y viene a mí con un trotecillo alegre, que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal...”

Mi amante es alto, delgado, peludo y nada blando en ningún lado importante, casi podría decir que es un bulto de huesos. Sus ojos negros parecen… nada!!! Porque no me gusta mirarlos.
Lo dejo suelto y no me importa. Cuando lo tengo a mi lado me acaricia rudamente la florecita y las rosas… Le escribo dulcemente… Estoy sola en mi casa!, y el viene a mi (o viceversa) alegre, con su rodar ideal.

Ese es mi amante, aquel al que ansió con muchas ganas y después ignoro y me ignora. Esa dinámica casi que enfermiza, me ha mantenido cuerda en este ir y venir. Y aunque mi amante no es el único, es el mejor! o puede que mi mala racha de polvos mediocres, acreciente sus evidentes talentos… No lo sé! Y no me importa, seguiré a su lado, hasta que inevitablemente esa pasión momentánea se desgaste como pasa con todo.

“Nos entendemos bien. Yo lo dejo ir a su antojo, y él me lleva siempre a donde quiero”. 

“Sabe Platero que, al llegar al pino de la Corona, me gusta acercarme a su tronco y acariciárselo, y mirar el cielo al través de su enorme y clara copa; sabe que me deleita la veredilla que va, entre céspedes, a la Fuente vieja; que es para mí una fiesta ver el río desde la colina de los pinos, evocadora, con su bosquecillo alto, de parajes clásicos. Como me adormile, seguro, sobre él, mi despertar se abre siempre a uno de tales amables espectáculos”. 

Nos entendemos más que bien, cada uno va a su antojo y me deja siempre como quiero, con la garganta casi a punto de cerrarse de placer, en especial cuando llego a la cumbre de mi colina, sabe mi amante que me gusta acercarme a su dulce tronco y acariciárselo, y ver el cielo a través de mis gemidos, es él mi principal espectador, en primera fila siempre observa como alcanzo la cúspide con su bosquecillo alto.
 
“Yo trato a Platero cual si fuese un niño. Si el camino se torna fragoso y le pesa un poco, me bajo para aliviarlo. Lo beso, lo engaño, lo hago rabiar... El comprende bien que lo quiero, y no me guarda rencor. Es tan igual a mí, tan diferente a los demás, que he llegado a creer que sueña mis propios sueños.” 

Ambos somos unos niños, tenemos miedo de ir mas allá, no queremos que el camino se ponga fragoso, preferimos besarnos, engañarnos y odiarnos. Comprendemos lo que queremos y no nos guardamos rencor. Somos tan diferentes que he llegado a creer que es simplemente una borrosa imagen de pasión.

“Platero se me ha rendido como una adolescente apasionada. De nada protesta. Sé que soy su felicidad. Hasta huye de los burros y de los hombres...” 

Mi amante me ha rendido como una mujer apasionada, de nada me protesta, sabemos que no somos nuestra felicidad, pero me permite huir de los burros y los hombres.

¡Platero amigo!-le dije yo a la tierra- ; si, como pienso, estás ahora en un prado del cielo y llevas sobre tu lomo peludo a los ángeles adolescentes, ¿me habrás, quizá, olvidado? Platero, dime: ¿te acuerdas aún de mí? 

Eso espero que ocurra,  que ninguno de los dos nos recordemos con nostalgia, sino más bien como ese otro que nunca conocimos pero que disfrutamos. Espero que mi amante y yo, algún día estemos en un prado en el cielo. Donde ninguno se enamore de un burro.



*Fragmentos en cursiva, tomados de Platero y yo de Juan Ramón Jiménez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario